A todos nos pasa que hemos escuchado mil veces que tal o cual serie son imprescindibles. Que uno no se puede considerar seriéfilo si no las ha visto. Que son lo mejor del mundo y no ser capaz de apreciarlas significa no tener criterio. Pero seamos sinceros: todos nos hemos encontrado con que vemos alguna de estas series y no acabamos de pillarles la gracia. No son para nosotros. No somos capaces de ver qué es lo que las hace tan maravillosas. O directamente nos parecen un auténtico horror infumable.
Lo que pasa es que a veces nos da miedo decirlo muy alto, vaya a ser que nos lluevan piedras y nos quieran quitar el carnet de seriéfilos que con tantas horas de nuestra vida nos hemos ganado. Y no puede ser. Así que aquí voy yo a acabar con la tiranía del silencio del mundillo de las series de bien.
Y así, para empezar, va una confesión de las importantes: no puedo con Seinfeld. No puedo. Y no será por no haberlo intentado. Tanto lo he intentado que llegué a verme cuatro temporadas enteras esperando que en algún momento me hiciera gracia de verdad. Hasta que decidí dejarla por mi propia salud mental. Porque lo que comenzó como algo que me parecía relativamente graciosillo de vez en cuando, pronto empezó a resultarme más y más molesto. No, no me hace gracia Seinfeld. Y no es que no pille los chistes, que no entienda qué tiene que ser gracioso ahí, sino simplemente que los pillo y no me parecen graciosos. Y me aburro como una mona con la serie. No me gusta Seinfeld, hala, ya lo he dicho.
Otra de esas que siempre me hacen recibir miradas de odio es justamente una de las series con las que de hecho empecé un poco a meterme en este mundillo. Y menos mal que tenía otras para convencerme más, porque si de ella hubiera dependido, no habría visto ni una serie más. Estoy hablando de Alias, esa serie que todo el mundo que la ha visto pone por las nubes y que en cambio para mí es un somnífero infalible. Lo siento, Sydney, pero me aburres. Me aburres mucho.
Por supuesto, luego están los casos un poco menos extremos. Esos casos de cuando ves una serie y eres capaz de verle todas esas cosas que hacen que la gente la ponga tan arriba en sus listas. Eres capaz de entender la teoría de por qué son series buenas. Pero luego las ves y te cuesta la vida acabar de entrar en ellas.
Es lo que me pasó con The West Wing, por ejemplo. Entiendo lo que le ve todo el mundo, soy capaz de apreciar sus diálogos, e incluso puedo llegar a entender que a mucha gente le entusiasme su idealismo (a mí, personalmente, me resulta horriblemente condescendiente, aunque tampoco nada al nivel de ese último esperpento de Sorkin llamado The Newsroom). Pero para mí falla en algo absolutamente fundamental: con la excepción de Toby (y, si acaso, en ocasiones C.J.), es una serie que gira alrededor de unos personajes tremendamente artificiales, que no existen más que como una especie de instrumento para contarnos la IDEA. Y así, aunque puedo apreciar qué es lo que hace que The West Wing entre en tantas listas de las mejores series, jamás entrará en una de las mías, por mucho que pueda decir que algunos tramos de sus primeras temporadas son absolutamente maravillosos. Porque prácticamente todos sus no-personajes me dan absolutamente igual. Y así no hay forma humana de que disfrute de la serie.
Y aún es pronto para decirlo y puedo cambiar de opinión, pero este también es un poco el camino que llevo con The Sopranos, que después de años en mi lista de series pendientes, me ha dado por empezar estas últimas semanas. Una vez más, soy capaz de ver muchas de esas cualidades tan buenas, puedo entender por qué es una serie que se considera tan buena e imprescindible, pero después de dos temporadas, tengo el gran problema de que soy incapaz de empatizar con sus personajes. Y ya no estoy hablando de que me caigan mejor o peor, sino de que pueda entenderlos como seres humanos, o que, más bien, quiera y pueda entenderlos. He llegado a un punto en que sé que podrían cargarse a cualquiera de ellos y no me importaría lo más mínimo, porque me importan tan poco todos ellos, que me da igual lo que les pase. De todos modos, como digo, aún es pronto para opinar, pero mucho me temo que, o cambian mucho las cosas, o The Sopranos va a entrar en esa lista mía de series que el mundo considera maravillosas pero que jamás entrarían en mi lista de indispensables.
Todos tenemos series así y ya está bien de tener que avergonzarnos por ello. Ya vale de avergonzarse y de asentir educadamente cuando nos hablan de las maravillas de esa GRAN serie que a nosotros nos parece un GRAN coñazo. Al fin y al cabo, las series existen para entretenernos, y decir lo maravilloso que nos parece algo por puro postureo es más absurdo que las tramas de Pretty Little Liars. Y que a alguien no le acabe de convencer del todo una en concreto, no nos dice absolutamente nada de cuánto criterio tiene o deja de tener. Y punto.
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