Ocho ciudades. Ocho completos desconocidos que en teoría no tienen nada en común, pero que de la noche a la mañana están irremediablemente conectados entre sí. De forma que son ocho, pero al mismo tiempo son uno solo. Eso es Sense8. Una serie que, si soy sincera, tampoco me llamaba demasiado antes de empezar a verla. De hecho, si no hubiera sido porque Netflix lanzó primera temporada justo en el momento en que unas series han acabado sus temporadas y otras aún no las han empezado, y donde las dos únicas opciones para mí eran ver series o ponerme a estudiar, probablemente no la habría empezado. O al menos no inmediatamente. Pero, a pesar de que el argumento no me llamaba especialmente, me animé a darle una oportunidad a la serie de los Wachowski. Y a partir de ahí fue ver un episodio detrás de otro sin poder parar.
Aviso que es una serie que necesita que le demos un poquito de margen, hay que aguantar con ella incluso aunque a los primeros episodios podamos ponerles algunas pegas y hacerles unos cuantos rolleyes. La primera de esas pegas puede parecer una tontada, pero a mí a veces me desespera un poco en las series que veo: Sense8 es una serie que se desarrolla en ocho ciudades distintas, en ocho puntos del mundo completamente distintos, protagonizada por ocho personajes que hablan, en teoría, idiomas distintos; y, sin embargo, todos ellos hablan en inglés. Con acento, eso sí, pero en inglés. Que tiene su explicación, y su lógica, pero en realidad esa explicación no deja de ser un “no nos daba la gana ponerlos a hablar idiomas distintos”. Tampoco es que los diálogos, que a veces parecen sacados de episodios de Pretty Little Liars, resulten especialmente brillantes. Si eres muy impaciente, probablemente los primeros episodios te cuesten y te plantees si realmente merece la pena seguir.
Si te lo preguntas, de todos modos, ya te contesto yo: sí, te merece la pena seguir, y mucho. No solo porque para salir en esta serie sea absolutamente obligatorio ser guapo. Es cierto que a mí la serie me resultó entretenida ya desde el primer episodio, pero incluso si eres de esos que necesitan un poco más para convencerse, una vez superes los tres o cuatro primeros episodios, estarás completamente de acuerdo conmigo. Sense8 es una serie entretenidísima que engancha como pocas. Y no, no es que los diálogos se vuelvan brillantes de repente, pero llega un punto en que deja de importar. Porque esa maravillosa colección de personajes que tiene hace que ya no importe. Entras en la historia y ya no puedes parar, porque acabas un episodio y necesitas ver el siguiente. Confieso que no suelo ser demasiado fan de los maratones de Netflix, incluso con series que me gustan. Pero Sense8 es una serie a la que el maratón le viene estupendamente. Es, en mi opinión, la primera serie de la plataforma que realmente nació para ese formato. Y se nota.
Como digo, sin darte cuenta de repente has entrado en la historia, en la conexión de fondo que los une a todos. Sobre todo, has entrado en cada una de esas historias de cada uno de sus ocho personajes. Porque con todos ellos nos trasladamos a una serie un poco distinta: desde el thriller de San Francisco con Nomi y Martha Jones a la comedia mamarracha y absurdamente maravillosa de México (no, en serio, no sabéis lo que es reíros hasta que veis una pelea en la que Miguel Ángel Silvestre ataca a su oponente lanzándole macetas, literalmente), pasando por varios puntos intermedios. Son varias series distintas que, al mismo tiempo, funcionan perfectamente en conjunto. Son ocho partes individuales de un único conjunto que tiene todo el sentido del mundo, se nota natural y orgánico.
Sense8 es una serie de ocho personajes que existen y tienen sentido por separado, pero que funcionan incluso mejor cuando los entiendes como un todo. Es cuando los personajes se juntan, cuando interactúan de un modo u otro, cuando comienzan a ser conscientes de la existencia de todos los demás, cuando la serie es la mejor versión de sí misma y nos regala escenas absolutamente maravillosas. La conexión funciona de forma totalmente natural. Los personajes tienen química entre ellos y los conoces a todos de forma individual y como parte de un todo. Forman un equipo que no deja de ser muy clásico, pero funciona, y estupendamente.
Lo mejor de todo, aun así, es que a través de todas esas historias, y a través de verlos juntos y por separado, llega un punto en que es imposible no tenerles cariño a absolutamente todos. Y eso tiene mucho mérito. Porque es muy raro ver una serie en la que llegue el final de la temporada y no odies a nadie, y muchísimo más raro que, de hecho, acabes queriendo un poco a todos. Te importa lo que les pasa y quieres seguir sabiendo más de ellos, o al menos viviendo juntos aventuras varias.
Con lo que llegamos al final del episodio doce y la serie nos ha dado momentos divertidos, emotivos y memorables por una razón u otra (el final del episodio diez es para enmarcarlo, el momento what’s up del episodio cuatro es de lo mejor que nos ha dado lo que llevamos de temporada, y qué vamos a decir de la famosa orgía telepática). Nos ha dado acción, drama, comedia y momentos románticos, un poco de todo. Siempre de forma orgánica. Llegamos al final del episodio doce y necesitamos más, porque doce episodios saben a poco, porque seguimos queriendo a estos ocho personajes en nuestras vidas, y porque necesitamos seguir viendo cómo continúa la historia. Y solo sabemos que necesitamos segunda temporada, y la necesitamos ya.
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