La nostalgia, ¡qué maravillosa sensación! La solemos asociar a momentos entrañables, cómicos, tiernos; esos que nos hacen esbozar una media sonrisa al recordarlos. ¿Pero, qué hay de esa nostalgia oscura, que te hace apretar los dientes y resulta eléctrica y energizante? Esa nostalgia existe, y Spartacus es una buena muestra de ello.

Muy tranquilo y comedido todo, sí

Partamos de un hecho: la serie nunca engañó a nadie. Spartacus siempre tuvo muy clara cuál era su identidad y el camino a seguir. Y su identidad se definía del exceso: exceso de violencia y vísceras (esas peleas que ocupaban gran parte de los capítulos, con tonos gore tan exagerados que rozaban lo cómico), exceso de escenas de sexo (cuanto más gratuita mejor, parecía ser el dogma de los guionistas), exceso de diálogos geniales (esas maldiciones a los dioses, esos discursos), y exceso de epicidad (esa banda sonora, esos cielos hechos por croma)… Pero joder, el exceso funcionaba a la perfección. La mezcla resultaba explosiva, cuando mirabas tras ella lo que había era aún mejor. Unos personajes tratados con mimo, bien definidos. Resultaba imposible no simpatizar con supuestos antagonistas como Crixus y su amor imposible, Doctore y sus nobles ideales o Asur, un PERSONAJAZO en mayúsculas y en toda la extensión de la palabra. Pero por encima de todos brillaban dos personajes: Batiato y su mujer Lucrecia, o John Hannah y Xen… perdón, Lucy Lawless. Esta extraña pareja cargaba el peso de una trama que se revelaba compleja e imprevisible, terminando de completar el puzzle. La serie lo tenía absolutamente todo, en sus capítulos se sucedían las escenas de lucha con las intrigas, las intrigas con profundidad de los personajes. Todo en unas proporciones tan equilibradas que terminaba por enganchar.

deathofarkadios

Cómo gasta el presupuesto en sangre falsa

Pero no he hablado del protagonista principal, Espartaco. Marcó la serie por causas tristemente funestas. Andy Whitfield, que lo interpretó en la primera temporada, falleció debido a un cáncer. Y la serie se comportó como sus propios personajes: con honor. Mientras Whitfield estaba en tratamiento la serie lo esperó y confío en su recuperación, realizando en su ausencia una espectacular precuela. No fue hasta su fallecimiento cuando buscaron un sustituto, Liam McIntyre. Es cierto que tras el cambio del actor principal, pero en absoluto por culpa de ello, en la segunda y tercera temporadas la serie en algunos momentos se desdibujó, pero nunca perdió el norte y supo cuándo cerrar con una dignidad que muchas series querrían (y no miraré a ninguna). Además, nos dejó una de las escenas gore más random y geniales de la televisión y lo que muchos desearon el año pasado: ¡la muerte de la Montaña de GoT en un duelo!

¿Qué fue, en suma, Spartacus? Una serie que tocaba el cerebro reptiliano, instintos básicos. Una serie en la que todo estaba magnificado en favor de una historia de tintes épicos, de esas que te levantan del asiento y te hacían venirte arriba.  Una serie de frases cortas y contundentes, de personajes movidos por ideales. Una serie que se honró a sí misma, al género y, por encima de todo, honró al ludus de Batiato.

Y que siempre tuvo muy, muy presente, a quienes formaron parte de ella. Hasta sus últimos créditos.