Hannibal siempre ha sido una serie hipnótica, a ratos perturbadora, sorprendente y excesiva, extremadamente excesiva. No nos cansaremos de repetir que Hannibal no está hecha para todos los estómagos y la prueba está en que somos pocos los fans de la serie, pero muy ruidosos. Tras una primera temporada nacida como un procedimental policiaco pero con unas características propias: una estética perfectamente cuidada y una fotografía que enamora y te deja pegado a la pantalla capítulo tras capítulo. Y cuando pensábamos que todo estaba acabado llegó la inesperada segunda temporada. La segunda entrega nos metió de lleno en la oscura mente del caníbal y terminó con un baño de sangre y con un cliffhanger del que queríamos (y necesitábamos) saber más. Los fannibals nos frotábamos las manos mientras esperábamos ansiosos y llegó la (otra vez inesperada) renovación por una temporada más. La tercera temporada se convierte en la despedida (casi) definitiva de nuestro caníbal favorito. Un maravilloso viaje de tres años acompañados por Mads Mikkelsen y Hugh Dancy.
Bryan Fuller tenía claro, desde el principio, que su adaptación de las novelas de Thomas Harris y del famoso Doctor Lecter no iba a ser apta para todos los públicos. Fuller no iba a dar ni una concesión, no pretendía agradar ni siquiera lo ha buscado y su objetivo era claro: crear un universo propio y personal. Y lo ha conseguido, ha sabido llevar a los espectadores hasta el límite de la razón humana.
AVISO: Habrá SPOILERS del final de la serie.
La tercera temporada de Hannibal se ha dividido en dos partes bien diferenciadas: la parte de Italia con Hannibal y Bedelia (Gillian Anderson) como máximos protagonistas y la parte del Dragón Rojo con un gran Richard Armitage interpretando a Francis Dolarhyde. La primera parte no convenció a todos, siendo demasiado lenta e increíblemente densa, tanto en su estética como en sus tramas. La segunda parte de la temporada recuperó el ritmo de antaño con Will y Hannibal en el centro de todo, y amenazados por un nuevo asesino en serie: el Gran Dragón Rojo.
El final de la serie ha sido sencillamente maravilloso y perfecto. Love crime, la canción que acompaña una de las secuencias más bellas, sangrientas e, incluso, románticas que se recuerdan en la historia de la televisión. Porque si en algo se ha convertido Hannibal en esta tercera temporada es en un relato “homoerótico”, Will y Hannibal no pueden esconder su tensión sexual no resuelta. Y esto es así. Love crime, un crimen pasional, Hannibal y Will unidos contra el Dragón. El subtexto se convierte en texto y en hechos reales. Bryan Fuller encuentra belleza en la muerte y lo hemos podido observar una y otra vez a lo largo de las tres temporadas. Hannibal y Will abrazados, unidos y cayendo por el acantilado es uno de los mejores finales que podía tener esta joya hecha serie. Y no podemos olvidarnos de la escena post-créditos protagonizada por la gran Bedelia DuMaurier sentada en una gran mesa, esperando, con su pierna cocinada por ¿quién? ¿Será automutilación? ¿Una declaración de amor al caníbal? ¿Podría funcionar como cliffhanger para una nueva temporada si alguien decide rescatar a la serie? Según declaraciones del creador de la serie, Bryan Fuller, con esta escena final con Bedelia sentada en la mesa como protagonista, quiere hacernos saber que Hannibal y Will sobrevivieron a la caída. Por eso en la mesa hay tres platos. Parece ser que los queridos «murder husband» de Bedelia quieren darse un buen banquete…
Problablemente, Hannibal ha vivido por encima de sus posibilidades. Emitirse en una cadena generalista como la NBC no le ha ayudado, ya que las audiencias cosechadas han sido demasiado pobres. Pero los fans que hemos aguantado y sufrido hasta el final sabemos que Hannibal es una de las joyas de la televisión de los últimos años. Y seguiremos defendiéndola hasta la muerte. Mads Mikkelsen se ha convertido en nuestro Dios.
Hasta pronto, Dr. Lecter.
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