Los hombres ya no volverán a estar locos –al menos, en la pequeña pantalla- y las familias modernas se han convertido en tradicionales. Ni siquiera para los Emmy, tan clásicos en sus apuestas, tan repetitivos en sus galardonados. Y anoche, se consumó el drama –en el caso de los fanáticos de Mad men– y la poca comedia para los creadores de una Modern family que aún tiene mucho que decir en la parrilla estadounidense, pero quizá ya poco en las entregas de premios. Unos nuevos reyes han desembarcado en la alfombra roja. Y tienen visos de quedarse. Juego de tronos, a pesar de jugar con fuego, como corresponde al género fantástico, se ha coronado por fin como el mejor drama de la tele mundial. El fenómeno ya no es solo fan. Y Selina Meyer, la (vice)presidenta de Estados Unidos que retrata Veep, será un desastre en pantalla, pero ha resultado ser toda una mina de recoger galardones.
Pocos peros se le pueden poner a unos Emmy que por fin arriesgan –dentro de un muy medido riesgo, claro-. Los académicos han demostrado habitualmente no ser fans de Sorpresa, Sorpresa. Pero ayer dieron unas cuantas. Por dar una vuelta de tuerca y orear un poco sus preferencias. Y reconociendo no solo el buen hacer de los tronistas y los gabinetes de la Casa Blanca como series, sino también en sus guiones y algunos de sus intérpretes (Julia Louis-Dreyfus y Tony Hale por Veep, y Peter Dinklage en Juego de Tronos). También se acordaron por fin de Jeffrey Tambor, por su extraordinario buen hacer en Transparent, que además recibió con los brazos abiertos el premio al mejor guión de comedia. Capítulo aparte merece la categoría de secundaria de comedia, una Allison Janney de todo menos secundaria: es principal en cualquiera de sus intervenciones y, como tal le premian. Son siete ya los Emmy que guarda, según confesó, en su cocina. El de ayer por Mom.
En drama, los dragones de Khaleesi arrasaron con todo. Pero aún dieron un respiro en forma de único premio que sabe a gloria para la impecable Mad Men. Ocho años consecutivos llevaba Jon Hamm nominado y el año de su despedida, como pasó con Kyle Chandler y Friday Night Lights, los Emmy quisieron acordarse de la persona que, al fin, ha puesto rostro y voz a uno de los personajes más icónicos de la historia catódica: Don Draper. Hamm se alzaba por fin con la estatuilla con todo el auditorio de pie aplaudiendo al actor, como muchos lo hicimos desde casa. Menos chocante, pero igualmente emotivo fue el reconocimiento a Viola Davis como mejor actriz, demostrando que el universo de Shonda tiene aún muchos adeptos. Viola, indiscutible protagonista de How to get away with murder, se llevó también el premio al mejor discurso de la noche por ese “lo único que separa a las mujeres de color de cualquier cosa es la falta de oportunidades”. No fue ayer así en la gala de premios. Además del suyo, Uzo Aduba se hizo con su segundo galardón consecutivo por su retrato de Crazy eyes en Orange is the new black, en la categoría quizá con más competencia: la de secundaria de drama. En la misma categoría, en el apartado de miniserie, la tapada Regina King se alzaba con todo merecimiento con el galardón por una American Crime excesivamente vilipendiada anoche. Olive Kitteridge fue el Juego de Tronos de las miniseries: ganó guión, dirección y protagonistas: un contento Richard Jenkins y una seca y rancia, como su personaje, Frances McDormand. Lo de Bill Murray como mejor secundario lo dejamos para otro día: más que secundario, el actor es una presencia fantasmal, de apenas unos minutos en Olive Kitteridge.
Como en Gran Hermano, en los Emmy solo puede quedar uno, y eso obligó a dejar fuera a una Amy Poehler que ha perdido 17 VECES –aunque no pierda nunca el sentido del humor-, a Christina Hendricks, a esa fuerza de la naturaleza que es Cookie Lyon en Empire, a esa Tastiana Maslany que hace más papeles de los que guarda Bárcenas, a alguien de ese sobresaliente elenco de American Horror Story -que lo tiene-, o a una Lena Headey sensacional este año –y todos- como Cersei Lannister. También se dejó pasar la oportunidad de destacar Better Call Saul, y a sus intérpretes, por encima del resto. Pero hubo algo de justicia poética por lo ocurrido en el pasado: Jeffrey Tambor y Tony Hale, aunque por otras series, fueron padre e hijo en la excepcional Arrested Development. Y Jill Soloway, vencedora en guión por Transparent, fue la cabeza pensante de A dos metros bajo tierra, donde Richard Jenkins también brilló.
Aunque matizables, fueron unos premios bastante justos, en una nueva gala soporífera que apenas se recordará. Bueno, el pobre Andy Samberg seguro que sí. El presentador no tuvo su noche, y a pesar de un vídeo inaugural con guiños seriéfilos muy aplaudido, no le salieron los chistes. Aunque, en realidad, con los Emmy, pocas bromas.
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