Netflix está sacando tanto y, a menudo, tan bueno, que es imposible fijarse en cada cosa que hace. La gloria se la han llevado House of Cards y Orange is the new black, cada una por razones distintas y con bastante merecimiento ambas. Fueron las primeras en llegar, las que abrieron camino y empezaron a cosechar reconocimientos y premios, demostrando que la tele (el negocio) ya no es solo cosa de la tele (el aparato). Después, de la marabunta de producciones que han ido lanzando, se han nutrido de superhéroes (Daredevil, Jessica Jones e incluso, con un poco de voluntad, se podía meter a Jane Fonda en Grace and Frankie), dramas de altura como Narcos, comedias refrescantes –Master of None, Unbreakable Kimmy Schmidt– o la ciencia ficción para toda la familia de Sense8.
Con tanto estreno, algunas de sus series han pasado más desapercibidas. Y eso ocurrió con Bloodline, un thriller-drama-psicológico-familiar, con más estrellas que la Vía Láctea y un argumento tan sumamente enganchante como buenas eran sus interpretaciones. Sabía incluso hasta mal que utilizaran a gente del calibre de Sissy Spacek para apenas una secuencia por episodio pero, al fin, el guión así lo requería. Un texto que más bien parecía una labor de orfebrería: los responsables eran los mismos que los de Damages y se empeñaron en repetir fórmula y comenzar la serie por el final. Un truco que no siempre funciona, que a esta serie le sentaba bien, pero que te chafaba un poco el último capítulo: ya sabías por dónde iban los tiros, de forma metafórica y (casi) literal.
A pesar del poco eco que tuvo Bloodline para lo que hubiera merecido –aunque sí tuvo nominaciones en los Emmy más que justificadas-, Netflix cumplió su parte y le otorgó una nueva temporada. De hecho, la plataforma aún no ha cancelado ninguna serie a la primera y concede episodios extra sin demasiado miramiento… para gozo del respetable. Porque en este caso concreto, volver a abrir la casa familiar de los Rayburn ha sido un placer, quizá aún mayor que en su primera tanda. No porque sea mejor, sino porque en esta ocasión los productores han decidido no recurrir al truquito de marras y mantener al público pegado siguiendo una sola línea temporal, con algún flashback, sí, pero sin saltos hacia delante. De esta forma, se siguen las peripecias sin saber qué les va a deparar el futuro. Y ¡anda que no les depara cosas a los Rayburn!
En su primera temporada, a pesar de los esfuerzos del coralísimo reparto, un personaje se llevaba la palma y robaba todas las escenas. Ahora, está todo más compensando. Y este año, además, las adhesiones le han sentado bien, con algún nuevo inquilino en ese hotel familiar a la orilla del mar. Esta vez sí, recae en Kyle Chandler (para siempre nuestro entrenador Eric Taylor de Friday Night Lights) el papelón de protagonizar la trama. Un peso que cumple con creces, como lo hacen unos hermanos que pueden llegar a exasperar en pantalla, lo que solo puede decir que lo están haciendo muy bien. Cuando alguien te cabrea tanto, te pone tan nervioso que le darías un par de yoyas de tenerlo delante, es que lo está bordando. Y que tú te estás metiendo en la historia de lleno, quieras o no.
Y eso es lo que pasa con Bloodline. Que no es una serie rompedora. Que no descubre una nueva manera de contar. Que mezcla secretos y mentiras, como tantas y tantas otras. Que tiene su parte policial y su parte familiar, sin caer ni en el culebronismo ni en una investigación rollera. Pero que, a pesar de su aparente falta de originalidad. es extraordinaria. Porque notas el calor de los cayos de Florida tanto como sus protagonistas, porque sudas en algunos de los test que tiene que pasar esta familia en su descenso a los infiernos. Y porque, al acabar, has pasado diez horas en vilo y desearías tener las siguientes diez disponibles ya para consumo inmediato.
Al final, nadie puede elegir a nuestra familia y Bloodline saca a la palestra a unos individuos que seguro hubieran decidido cambiarse a la casa de al lado de haber tenido la oportunidad. Lo que sí podemos hacer es pasar un día –o fraccionarnos la temporada, para mí ha sido imposible– con esta. Lo merece. A pesar de que tiene mucha tela que cortar…
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