Hoy me siento muy Juan Carlos I de España. Y no porque tenga ganas de irme de safari a matar elefantes, que yo me he criado con Babar y para mí el marfil no es más que un color indistinguible de un blanco así como sucio. Más bien me siento como el viejo Monarca porque… lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir.
Sí, lo admito. Me equivoqué con Allí abajo cuando escribí aquí en el Reino sobre el primer episodio. Es una serie mucho mejor de lo que parecía. Ya sabéis cómo somos los seriéfilos. Una serie nueva y abrimos la boca más rápido que Falete para comerse una gamba. Y el que tiene boca, se equivoca. Y donde dije digo, pues ahora digo Diego. Y dos no riñen si uno no quiere, aunque esto ya ni viene a cuento.
El caso es que a mí Allí Abajo me supuso una gran decepción en su día. Esperaba más de un primer capítulo que es el más flojo de toda la serie. Y con diferencia. Aquel día no me reí mucho. Me dejó bastante frío y me costaba encontrar cosas buenas que destacar. Pero algunas cosas sí encontré: unos buenos actores y un avance del segundo capítulo que sí me hizo gracia. La duda, entonces, era si darle o no una segunda oportunidad. Y se la di.
Después de un arranque flojo llegan 12 episodios más en los que da gusto entregarse a una comedia de 70 minutacos porque no se hace para nada larga. La comedia no es de chistes, como nos hicieron creer en el primer episodio. No. Allí abajo es una comedia romántica de enredo donde los guionistas han sabido generar un grupo de personajes perfecto. Aunque algunos parecía que al principio sobraban, todos han demostrado su razón de ser en la serie. Todos han tenido su protagonismo, su gracia y su necesidad en una historia bien armada para ser contada en 13 entregas sin dar excesivas vueltas.
Euskadi y Andalucía han dejado de ser dos parodias para convertirse en dos universos que coexisten con una gracia singular. La serie no solo ha sabido jugar con la distancia cultural, sino también con la física, convirtiendo la taberna vasca en una de las mejores cosas que nos hayan pasado nunca. La cuadrilla, Nekane, Sabino… un grupo de sosos vascos que al final han sido quienes más se han ganado nuestro corazón. Ellos… y las vecinas cotillas, en donde Carmina Barrios ha decepcionado con mucho menos protagonismo del que debiera.
El caso es que la serie ha llegado al final de su primera temporada con muy buena salud y con grandes méritos. Ha conseguido aguantar el tipo frente a la todopoderosa El príncipe y sin usar sus mismas armas. Y es que una de las cosas que más se agradecen de Allí Abajo y que creo que, además, es una de las claves de su éxito es que no se trata de una serie de guaperas. Aquí no hay excusas para quitarse la camiseta. Aquí el prota no está cachas y tiene más pelo en el pecho del que pronto tendrá en la cabeza. Y no por eso deja de ser atractivo. Jon Plazaola es guapo de verdad, de los que te encuentras por la calle y acabas casándote con ellos. Porque es un tío normal. Como normal es la enfermera cotilla y normal es el matrimonio del bar. Personajes con sus peculiaridades, pero sin excentricidades. Gente como tú y como yo, que nunca se mudaría a Mirador de Montepinar ni embarcaría en el AnclaII.
Ya era hora de que en España volviésemos a tener una comedia graciosa, divertida y que no sea un gran absurdo. Yo hacía tiempo que no me reía tantísimo con una serie patria. Por eso, donde dije digo, digo Diego y ahora me veo en la obligación de recomendárosla.
Y como he empezado el artículo citando a un gran líder, ahora citaré a otro para decir que señores, si me lo permiten, me voy a ir porque estoy un poquillo cansao. Rajoy coincidirá conmigo en que a esta serie solo le falta un buen gallego. A ver si me hacen caso y lo vemos en la segunda temporada.
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