No soy muy de sci-fi. Lo he intentado, he sido una nerd de pro toda mi vida y, por tanto, la teoría dice que debería ser parte de mí. Pero no hay manera. Por eso era muy reacia a ver The 100, simplemente no la veía para mí, y me daba un poco de pereza empezarla. Después de mucho insistir, de todos modos, acabé cediendo, y estas últimas semanas he estado aprovechando para verme sus dos temporadas en maratón.

Y contra todo pronóstico, o no realmente, porque si hay algo que me da la vida son los personajes femeninos que lo molan todo, me ha gustado mucho. Me ha entretenido mucho, me ha sorprendido mucho y he agradecido mucho que se atrevieran a hacer cosas que no habría esperado nunca en una serie de la CW.

De todos modos, si algo me ha dejado claro que de verdad he disfrutado de la serie es que obviamente me ha dado a alguien a quien adoptar. Alguien que de verdad pide a gritos que le adoptemos y le demos todo el cariño que se merece. Y no, no es ninguna de las chicas de la serie, que no necesitan que nadie las adopte. ¿Quién es pues? El inigualable John Murphy of the Sky People.

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«Touch me again and I’ll end you… in a non-criminal way»

Seamos sinceros, ya desde su primera aparición promete problemas. Es decir, lo ves ahí en el piloto, con esa mirada turbia, y sabes que sus intenciones no son buenas y que nos va a dar la vida. Murphy siempre ha tenido un algo de molonidad, y toda la gente de bien lo debería saber a estas alturas. Lo que pasa es que nadie de su alrededor ha sabido apreciarlo, y así le ha ido.

Porque ahí está la clave. A pesar de toda la gente maravillosamente genial que habita The 100, muy pocos, por no decir nadie, saben apreciarlo. Ni comprenderlo. Y así al pobre me lo hacen pasar por un infierno. Nadie le cree, todo el mundo piensa lo peor de él. Qué leches, ante la duda, condenemos a Murphy a morir ahorcado. Porque sí. Y porque, total, es Murphy, algo habrá hecho. Y ya que estamos, vamos a exiliarlo por algo que no es del todo su culpa. O, más bien, que no es en absoluto culpa suya. Pero eso, es Murphy, algo habrá hecho.

Y no entremos ya en ese drama de infancia que le daría un pase directo a la final de American Idol y que hace que el pobrecico solo quiera que le quieran, porque su vida es un drama. Es eso, Murphy lo único que necesita es a alguien que lo quiera incondicionalmente, que lo entienda en sus obviamente justificados brotes asesinos (eh, al fin y al cabo, en esta serie fijo que hay bebés con un número de muertes a sus espaldas mucho más alto, qué leches).

Detrás de esa fachada de sarcasmo y cinismo, se esconden unos puppy eyes que solo quieren que alguien los adopte. Así que cuando lo adoptemos sin juzgarlo y le demostremos nuestro amor incondicional, sabemos que Murphy va a estar ahí siempre con nosotros para juzgar a todo el mundo.

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Murphy celebrando su adopción

Porque Murphy sabe, como nosotros, que vivimos rodeados de idiotas. De idiotas que no saben apreciarlo. Porque John Murphy es demasiado ingenioso y asesinamente entrañable y el mundo no está preparado para ello. Y lo demuestra de la mejor manera posible; sacando a relucir ese maravilloso sarcasmo que lo hace tan adorablemente divertido. Sí, Murphy es el rey del sarcasmo, y ya simplemente por eso se merece un hueco en nuestra familia.

Incluso en la peor de las situaciones sabe mejorarlo todo con algún comentario que nos hace quererlo cada vez un poco más. Porque ese tipo de sentido del humor siempre es muestra de que alguien es gente de bien y, sobre todo, porque, seamos sinceros, el resto de seres humanos se merecen que se rían de ellos. Y no se me ocurre una razón mejor para demostrar que John Murphy es lo absolutamente mejor de la vida.

John Murphy y su sarcasmo. John Murphy y la absoluta molonidad de sus semi-rastas cambiantes. John Murphy y su adorable esperanza de que alguien lo quiera. Pero, sobre todo, John Murphy, rey del sarcasmo. Ya está bien de que el pobre acabe siempre solo, ya está bien de que lo desprecie la misma sociedad que ha creado todas sus desgracias.

El mundo no estará preparado para apreciar toda la genialidad de Murphy, pero nosotros sí. Y por eso no nos queda más que darle la bienvenida a nuestra maravillosa y disfuncional familia.