Que Ryan Murphy es un Genio del Mal es algo conocido por todos a estas alturas. Todo aquel que haya visto algún capítulo de Glee puede hacerse una idea, y en general, cualquiera que haya visto cualquiera de sus series. Pero nadie sabe realmente hasta qué punto lo es si no ha visto su verdadera obra cumbre: un reality que aguantó dos temporadas en Oxygen durante la época de apogeo de Glee. Un reality que sacaba lo peor de todos nosotros y que lo adorábamos por ello. Un reality llamado The Glee Project.
Para que os hagáis una idea, The Glee Project se vendía a sí mismo como un reality con fondo musical, donde una serie de ingenuos aspirantes superaban una serie de pruebas y demostraban que podían cantar, bailar y actuar, con la idea de conseguir su propio papel en Glee. Sobre el papel, obviamente el programa ya parecía una mamarrachada maravillosa, pero hasta cierto punto relativamente inocente. Quizá con un trasfondo trash, sí, pero simplemente con esta descripción era imposible saber hasta qué punto.
Ya nada más comenzar, y cuando por fin tuvimos un ejemplo claro y palpable de lo que era el programa en sí, The Glee Project dejó claro que era muchísimo más. Obviamente era ese desastre (o maravilla, depende desde qué punto de vista lo miremos) trash que todos esperábamos. Pero también era una fascinante muestra del lado más sádico y perturbador de Ryan Murphy (sí, el más sádico de todos ellos), y un experimento esperpéntico del que era físicamente imposible apartar la mirada una vez empezabas a verlo. Como quien se queda mirando el más trágico y desagradable accidente de tren jamás visto, y NECESITA seguir mirando.
Como muestra, solamente hay que entender el funcionamiento de la prueba eliminatoria que había al final de cada episodio. Los tres ingenuos concursantes que según los igualmente malvados secuaces de Murphy habían decidido que les habían decepcionado en la prueba principal del episodio, tenían que preparar una canción, con todos los detalles de la actuación que quisieran (o se vieran obligados a incorporar). ¿El objetivo? Preparar una actuación privada para Ryan Murphy y sus secuaces, que a continuación debían decidir qué pobre ingenuo era un fracaso absoluto y no merecía nada en la vida, mucho menos un papel en Glee.
Hasta ahí, en realidad, aún podía parecer todo relativamente inocente. Pero bastaba ver una imagen de la situación para entender lo cómico y perturbadoramente esperpéntico del asunto. Porque lo principal aquí era que esa actuación era simplemente una excusa para que Ryan Murphy pudiera mirar con cara de asco y/o aburrimiento a los concursantes, y para que analizara a su manera todos y cada uno de sus traumas infantiles. O, en su caso, la terrible falta de traumas infantiles de alguno de los concursantes, que obviamente era aún más grave.
Pero por si la idea de Ryan Murphy psicoanalizando a pobres ingenuos con el sueño de aparecer en Glee os parece poco, y por si aún no estáis del todo seguros de hasta qué punto Ryan Murphy está como un cencerro, nunca está de más recordar el que fue momento cumbre del reality. El que se ha convertido en momento icónico de la televisión. El plano secuencia que deja a la primera temporada de True Detective a la altura del barro.
Y es que, cuando todos pensábamos que ningún método de tortura justificado por la idea de hacer vídeos musicales a cada cual más marciano podría superar a cuando literalmente obligaron a los concursantes a meterse en una piscina para a continuación atacarlos lanzándoles hielo, vino el vídeo del gimnasio para demostrarnos hasta qué punto los estábamos infravalorando. Os explico, como cada semana, la prueba principal de esa semana era un vídeo musical que tenían que grabar. ¿El argumento de ese en concreto? Pues algo así como que estaban en una clase de educación física en la que todos ellos tenían que hacer una serie de cosas en cadena, en modo carrera de relevos. Por ejemplo, uno tenía que correr subiendo unas gradas, otro tenía que cruzar un camino de ruedas, otros tenían que saltar a la comba, alguien tenía que darle a una pelota con un bate y juraría que en algún punto de este maravilloso sinsentido había una pirámide humana. Pero no era tan sencillo, porque, como he dicho, este vídeo era EL plano secuencia de la televisión y, por tanto, cada vez que uno de ellos metía la pata, tenían que volver a empezar desde el principio, con lo que os podéis imaginar el nivel de odio que podían sentir hacia sus compañeros cuando tenían que correr gradas arriba por decimonovena vez.
Así pues, podéis ver que en un momento en su carrera como Agente del Mal que aún no ha podido superar, Ryan Murphy perfeccionó el arte de la tortura física Y psicológica. Y eso que aún no conocéis la prueba al completo, porque aún me he dejado un pequeño detalle. ¿Cuál? Pues que la última persona en esta prueba era Ali Stroker, a la que os habréis cruzado en Faking It si seguís la serie, y que, como podéis ver, usa una silla de ruedas. ¿Su papel? Conseguir encestar una pelota de baloncesto. Y sí, por supuesto que las personas en silla de ruedas pueden encestar, pero dejadme que os diga que no es algo que aprendas a hacer en treinta segundos, especialmente si te pasa como a la pobre muchacha, que tenía toda la puntería de Ryan Murphy cuando intenta dar lecciones sobre moralidad y buenas personas. El resultado, obviamente, fue el esperado: una pobre muchacha desesperada porque era perfectamente consciente de que estaba hundiendo en la miseria a todos sus compañeros a base de ser inútil y no saber encestar una canasta. Ryan Murphy en sus mejores momentos.
The Glee Project era la definición de lo peor, sí, pero también puede considerarse absolutamente imprescindible. Y todos, absolutamente todos, deberíamos verlo al menos una vez en la vida. Aunque nos haga un poco peores personas. Porque no existe nada más maravilloso en el mundo.
1 Comentario