¿Recordáis aquellos maravillosos momentos en los que leímos por primera vez la descripción de ese proyecto de la CW llamado Reign y lo necesitamos inmediatamente en nuestra vida? Esa combinación de serie pseudohistórica con tintes CW y promesas de mucho mamarrachismo hicieron que ese año se convirtiera en uno de los estrenos de los que más ganas tenía. Y sí, es cierto que a muchos les tiró para atrás esa declaración de intenciones mamarrachas, y decidieron despreciarla ya de entrada. Pero es que hay mucha gente que no tiene criterio ni sentido del humor ni nada que se le parezca. Claramente. No como la gente de bien que decidimos automáticamente que iba a ser nuestra nueva cosa favorita en la vida.

Y mucho ha llovido desde entonces. Aunque no lo parezca, muchos (en términos relativos, claro, que a nivel de audiencias a la pobre Reign no la han visto nunca ni las madres de los actores) disfrutamos tremendamente todas las locuras que nos trajeron sus primeras temporadas, muchas de ellas de la mano de ese personajazo que fue Henry. Y es que en sus inicios, Reign era lo que era, y lo sabía y lo abrazaba. Y era consciente de que podía darnos intrigas culebronescas ambientadas en palacio. Y era consciente de que por aquel entonces los puñeteros triángulos amorosos eran lo que el público adolescente medio esperaba, y por alguna razón, al principio de la serie se empeñaron en intentar convencernos de que el triángulo Bash/Mary/Francis tenía el más mínimo interés. Claro que poco a poco aprendieron que nadie quería ver eso y así es como le fuimos encontrando del todo su encanto.

Y esa fue la época, como digo, de las locuras de un Henry absolutamente desatado. Al momento ventana me remito. Y fue la época de Nostra y su intensidad. Oh, Nostra, te echamos de menos. Te echamos mucho de menos. Y fue la época de Mary Queen of Scots bailando Royals. Y fue la época, como lo sigue siendo, de maravillosos modelitos y pendientes que darían para una o varias fiestas de disfraces en PLL.

Viéndola el otro día, porque sigo viéndola, por supuesto, me di cuenta, de todos modos, que esa no era la serie que Reign es ahora mismo. Que era parte de ella, sí, pero no toda. Y me di cuenta de que estaba disfrutando como una enana con sus episodios, y que veía toda la serie más cómoda consigo misma de lo que la había visto nunca. ¿Sigue siendo mamarracha? Por supuesto, y jamás le pediría otra cosa. Pero ha encontrado su lugar dentro de su mamarrachismo, y por circunstancias voluntarias o completamente aleatorias, ha acabado convirtiéndose en su mejor versión.

Es una pena que tantísima gente de los que la empezamos haya ido abandonándola. Cosa que entiendo, ojo, hay razones más que entendibles por las que Reign es siempre una de esas series que acaban cayendo antes cuando nos ponemos a abandonar cosas. Pero me da pena. Porque la cosa es que ya no queda casi nadie, cuando lo cierto es que, como digo, se ha convertido en una serie muy entretenida, muy ligerita y, sí, aunque parezca mentira, con su propio punto de vista.

Mientras nadie miraba, los personajes masculinos de la serie no es que hayan pasado a un segundo plano, sino que prácticamente han desaparecido y no existen más que como acompañamiento de las tramas de las mujeres. Con alguna pequeña excepción de vez en cuando. Y ojo, Reign siempre ha sido una serie donde ellas llevaban el peso de todo, pero cada vez ha ido abrazándolo más. Se nos fue Nostra, y se nos fue Henry. Y aunque echamos de menos la intensidad del primero y el mamarrachismo loco del segundo, la serie sabe vivir y crecer sin ellos. Se nos fue Francis y, aunque algunos le tuviéramos cariño, tampoco fue para tanto. Y ahora que se nos va Bash, después de varias temporadas existiendo como el personaje más random de todos, con las tramas más random de todas, cuando por casualidad se acordaban de que existía, muy lejos quedan esos inicios de triángulos amorosos.

No, Reign no es ya esa serie. Reign es ahora ese maravilloso mundo donde Mary y Catherine se dedican a los tejemanejes de la corte. Donde deciden por sí mismas. Y donde a Mary, Elizabeth y, sobre todo, Catherine, les importan un pimiento tus male tears. Y se encargan de hacértelo saber. Porque esta es su serie. Y bien que hacen. Reign es, pues, una serie con un punto de vista muy feminista, y eso es algo de agradecer. Y es una serie que, cuando quiere ponerse seria, lo hace, y con sus pocas ambiciones y sus decorados de cartón piedra, le da un par de lecciones a otras series más grandes en el tratamiento de ciertos temas (la temporada pasada trataron el tema de una violación, por ejemplo, con muchísimo más acierto que otras que yo me sé).

¿Quiere eso decir que ahora tengamos que tomárnosla siempre en serio? No. Nos tomamos en serio su mensaje, ese punto de vista y ese feminismo sin disculpas ni falta que hace. Pero la adoramos por su mamarrachismo, por ese mamarrachismo que abraza como si le fuera la vida en ello, y que consigue que nos pongamos a sus pies. Y así, lo mismo nos entretenemos con Catherine y el asesino en serie que tiene como mascota, que nos fascina la loca evolución de Greer, que pasó de ser una de las amigas de Mary a montar su propio negocio llevando un burdel y teniendo una aventura con un pirata (no, en serio, esto son cosas que han pasado en la serie, no me estoy inventando nada).

Ya sé que no la estáis viendo. Nadie la está viendo. Pero aquí estoy yo para romper una lanza a favor de Reign, que sin hacer ruido, ahí sigue, siendo absolutamente maravillosa. Y siento que deberíais saberlo.