Si hay una serie que nos hace taparnos los ojos constantemente, y en el mejor sentido, esa es siempre The Knick. La serie centrada en los médicos, enfermeras y demás adyacentes del hospital Knickerbocker del Nueva York de principios del siglo XX, cerró su segunda temporada hace unas semanas y lo hizo incluso mejor que en la primera temporada. Sabiendo aprovechar todo lo bueno que nos dio en un principio, y además aprendiendo a añadirle cada vez más matices y detalles que han conseguido que nos vayamos interesando más y más en todos ellos.

Como ya había hecho desde el principio, y como comentaba, The Knick ha seguido haciendo que nos tapásemos los ojos ante operaciones con las que seguiremos teniendo pesadillas durante el resto de nuestras vidas. Llevándose la palma, por supuesto, ese desenlace inevitable que era el doctor Thackery operándose a sí mismo, con las consecuencias esperables. Pero no es solo a través de estos momentos que The Knick nos obliga a taparnos los ojos. Y, de hecho, probablemente estos sean los menos. Es más, los momentos que hacen a The Knick más incómoda, siempre de la mejor manera posible, son los que se producen habitualmente lejos del quirófano, y esta temporada lo han vuelto a demostrar.


En este sentido, la trama de Gallinger, entusiasmado por todo el mundillo de la eugenesia que ganaba popularidad en algunos sectores durante la época, es probablemente lo más desagradable y fascinante que hemos visto en todo el año televisivo. Y no hace más que continuar revolviéndonos el estómago y provocando nuestra reacción, siguiendo con el ejemplo que había comenzado la temporada pasada del trato que se les daba a las enfermedades mentales.

Esa forma de pegarnos un golpe detrás de otro se traduce, de todos modos, no solo en la misma época que nos presenta, sino en las mismas tramas y personajes, todos ellos por sí mismos. The Knick no es una serie que nos vaya a hacer felices, no es una serie que vaya a hacer felices a sus protagonistas. Y, de hecho, cuando parece que hay algo positivo, una pequeña nube de esperanza en un universo lleno de momentos tóxicos y oscuros, aparece una vuelta de tuerca que nos muestra que no era así, que al fin y al cabo, en The Knick ningún personaje tiene derecho a la felicidad. No hay más que ver cómo nos obligaron a crearnos ilusiones, a ver a Harry y Cleary como una especie de happy place, para a continuación pegarnos el mazazo de nuestra vida mostrándonos a Cleary como el manipulador que es.


A través de todas estas tramas y momentos de todo menos felices, de todos modos, hemos visto crecer uno a uno a todos los personajes. Y hemos ido viviendo con ellos. Desde las desgracias y las injusticias a Edwards, nuestro héroe, a Lucy, a la que hemos ido viendo crecer a pasos agigantados y aun así, a pesar de todo, acabar en un lugar que se encuentra bastante lejos de ser ideal.

Todo ello nos lleva a un punto de cierre que nos sirve como punto y final. Un final que es un adiós claro de la serie y de todos los que se encuentran en ella, pero un adiós que aún deja puertas abiertas para seguir sabiendo más de ellos. Ahora, con Cinemax habiendo pedido guiones para decidir si habrá o no tercera temporada, solo nos queda esperar. Y continuar diciendo, por los siglos de los siglos, lo maravillosa que ha sido la segunda temporada de The Knick.