Hace unos días, Chasing Life tuvo una subtrama en la que Brenna se enfrentaba a la bifobia de sus compañeros del club LGBTQIA del instituto. En ella, los personajes iban soltando estereotipos y lanzándolos como ataque, obligando a Brenna a escuchar con cara de incredulidad cosas como esa maravillosa idea de que todo bisexual se tira a cualquiera que se le cruce por delante o que, obviamente, como buena chica bi que es, Brenna en realidad es hetero pero así llama un poco más la atención. Mientras tanto, la pobre chica solo podía ver aumentar sus ganas de matarlos a todos, mientras su frustración y su incredulidad lo hacían imposible, en una escena que probable y tristemente se encuentre entre las escenas más fieles a la realidad que ha tenido una serie de ABC Family jamás. Pero ahí estaba lo bueno de la escena. Porque la serie se las apañó para presentar una situación absurda y ridícula, pero tremendamente real. Y, sobre todo, dejando muy claro desde el principio de lado de quién se ponía la serie, quién tenía razón. Chasing Life estaba mandando un mensaje, y ese mensaje era el mensaje adecuado.

No es la primera vez que ABC Family trata de dar un mensaje positivo sobre el que, como ya dijo Elijah en Girls, junto con los alemanes es el único grupo sobre el que todavía se pueden hacer chistes. Hace unos años, en una escena tremendamente torpe en su ejecución y con un nivel interpretativo digno de Joseph Fiennes en sus mejores momentos, Max salió del armario en MIOBI, una vez más, sacando a relucir cuáles son esos estereotipos y prejuicios que se lanzan contra bisexuales en todas partes. Y fue una escena absurda, ridícula y tremendamente forzada, pero al mismo tiempo fue una escena con las mejores intenciones del mundo, y tremendamente necesaria.

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Especialmente porque estas escenas y estas series no son la norma. Por lo general la bisexualidad sigue siendo prácticamente inexistente en televisión. Y, por extensión, en la mentalidad de la gente de a pie, porque ya sabemos que todo es un círculo. Y es por eso que me resulta tremendamente frustrante. Y es por eso que acabo gritándole a la pantalla cuando en How To Get Away With Murder asumen que la bisexualidad no existe, y el prometido de Michaela (confesión del día: acabo de descubrir que la muchacha se llama Michaela; para mí siempre ha sido Bitch Baby) pasa automáticamente a ser gay cuando se revela que tuvo algo con Connor. Ese mensaje en una serie que no ha tenido el más mínimo problema en mostrar las relaciones de Connor como algo central, y que, al fin y al cabo, ha contado con cierto apoyo de la comunidad LGBT, resulta especialmente problemático. Y no es la única, claro. Con todo lo abierta y adelantada que se supone que era True Blood, también me ha obligado en ocasiones a gritarle a la pantalla. Incluso en series como Orange is the New Black, donde la bisexualidad de su protagonista es una realidad clara y donde por lo demás es prácticamente imposible tener quejas, se evita la palabra como si fuera el peor insulto jamás creado. De un modo que resulta absurdo de una forma muy cómica, sí, pero también muy triste.

Y eso ya, por supuesto, si no entramos en todas esas veces en las que ese Agente del Mal llamado Ryan Murphy decidió que la bifobia era perfectamente aceptable, algo que dejó perfectamente claro en numerosas ocasiones en Glee. Es cierto que la mayoría de los casos son mucho más sutiles (pero porque, seamos sinceros, nadie gana a Ryan Murphy en falta de sutileza), pero tristemente en este aspecto las series no andan muy lejos de ese momento en que Ally McBeal decidió cortar con su novio bisexual porque sabía que al final acabaría poniéndole los cuernos con un tío, allá por el año 2000. Eh, al menos Ally era relativamente consciente de que el problema era suyo.

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Porque tristemente vivimos en un mundo en que cualquier mención a la bisexualidad es motivo de eyerolls. Donde la bisexualidad femenina se considera simplemente una forma de llamar la atención por parte de chicas heterosexuales, y donde la bisexualidad masculina se entiende como una manera como otra cualquiera de evitar a toda costa admitir ser gay. Como si esa lógica tuviera el más mínimo sentido. Y un mundo así se refleja en series en las que esa es también la base de actuación habitual, y donde por frustrante e indignante que nos resulte a unos pocos, a una gran mayoría le parece de lo más normal.

Por eso nos agarramos a las excepciones que nos encontramos. Nos agarramos a maravillas como la existencia de Brenna en Chasing Life, una adolescente absolutamente normal, coherente y sí, adolescente ante todo, pero también tremendamente segura de su bisexualidad. Y aplaudimos cuando Callie en Grey’s Anatomy habla por todos nosotros y dice eso de “So I’m bisexual! So what? It’s a thing, and it’s real. I mean… it’s called LGBTQ for a reason. There’s a «B» in there, and it doesn’t mean «badass”. Okay, it kind of does, but it also means bi”.

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Y en una época en la que la bisexualidad en televisión sigue siendo por lo general una nota a pie de página que si acaso solo conviene mencionar cuando el público ha empezado a perder interés, una de las cosas que más me gustan de Halt and Catch Fire es cómo ha hecho de la bisexualidad de Joe algo tan fundamental. Algo tan secundario y tan palpable, tan necesario, entendible, olvidable pero siempre presente en el personaje. Algo absolutamente necesario que la serie sabe aprovechar, y que recibe su premio en momentos como esa poderosa escena en el hospital en la segunda temporada.

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Igual que nos hace felices ver la naturalidad de Clarke en The 100. The 100, esa serie que, a pesar de las apariencias iniciales, rompe con todos los moldes del género, y se atreve con todo tipo de situaciones con una complejidad impresionante. Y se atreve a tener una protagonista en la que la revelación de su bisexualidad no solo es absolutamente natural, sino tan solo un matiz más en la totalidad del personaje.

Aun así, estos personajes son la excepción. Y si salimos de series de nicho, entre las que por supuesto entraría esa maravilla pansexual que es Lost Girl o que fue Torchwood, los personajes bisexuales son casi inexistentes. Más aún cuando lo que queremos es una representación suficiente, interesante y bien llevada. Entonces podemos contar con los dedos de la mano los ejemplos.

Que a estas alturas de la vida el ejemplo de Ally McBeal, de hace ya quince años, siga siendo perfectamente representativo de la visión de la bisexualidad en televisión, es algo muy triste. Y algo que solo nos queda confiar en que vaya cambiando. Y, aunque aún quede mucho trabajo por hacer, son tramas y subtramas como la de Brenna en Chasing Life las que nos dan al menos un poquito de esperanza.