¿Os acordáis de cuando las series tenían canción y los títulos de crédito duraban más de dos segundos? No es broma, existían y la gente las veía. Millones, de hecho, no se perdían ni un capítulo (entre otras cosas, porque había pocos canales y se daba por bueno lo que echaban) ¡y coreaban los temas de inicio! ¡Nos los sabíamos de memoria! Aunque no tuviéramos ni idea de inglés, lo cantábamos así un poco guachi guachi. Pues bien, Madres Forzosas vienen a recordárnoslo. ¡Si hasta mantienen la cabecera y la sintonía, ahora cantada por Carly Rae Jepsen! I really really really really really like it!
Y no solo eso. El ‘remale’ de Padres Forzosos, tan sumamente innecesario como placentero, llega como excepción a la regla de que segundas partes nunca son buenas. Quizá porque no es una segunda parte. Es ¡exactamente lo mismo! En otros retornos más o menos esperados –Melrose place, Dallas, con quien comparten un actor, por cierto- lo que falló fue precisamente introducir demasiadas novedades, y querer hacer un producto de otra década un poco más “siglo XXI”. Pero ¡no hacía falta! ¡Estaban bien como estaban! Por eso, donde otras se han hundido, la que ahora se llama Fuller House triunfa abrazando su condición de sitcom moñada sin complejos. Conservando el mismo espíritu. Haciendo una serie más blanca que la tipa del futuro de Neutrex y, encima, riéndose de lo descaradamente cursi que resulta.
Que la vida no es solo HBO es algo que tienen claro los seriéfilos más empedernidos. Cuando se pregunta por las mejores series, enseguida salen a relucir The Wire, Mad Men o Los Soprano –qué tendrán de malo Los Serrano-. Pero… es una farsa. Mentiras que no valen nada, que cantaban Los Piratas. Bueno, ellos cantaban promesas, pero me quedaba bien aquí. Porque ninguna de esas se ha seguido durante la infancia ni durante tanto tiempo como Cosas de Casa, el Príncipe de Bekelar Bel Air o Padres forzosos. Por eso, los más propensos a la nostalgia aplaudirán su regreso. Con unas pullas de órdago a las gemelas Olsen –las únicas que se han negado a participar en esta vuelta de tuerca- y con unos recuerdos de los 80 y los 90 memorables, no solo de la propia serie, sino de pelis, juegos, expresiones… Es como un ‘Yo fui a EGB’ hecho serie. Tan pasado de moda que resulta vintage.
Algunas cosas han cambiado (Steph, mujer, ¿qué has comido?), fundamentalmente en lo capilar, pero la esencia, el espíritu, es el mismo. ¿Podía quedar como una antigualla? Sí. De hecho, lo es. Pero está tan enfocado a reírse de ellos mismos, repitiendo sus expresiones típicas, rememorando algún número pasado… que no da la sensación de ser una continuación forzada. El primer y el último capítulo son tan ‘remember’, una oda tal al pasado, que no sabes si reír o llorar. Y por eso, quizá, te salen las dos cosas a la vez.
Las nuevas incorporaciones no molestan… demasiado. Juan Pablo Di Pace demuestra tener ‘física o química’ con las protagonistas, aunque la copia de Rogelio de la Vega resulta tan vergonzante que pierda crédito. Y el niño mediano es más histriónico que Lady Gaga tras cinco RedBulles. Y, aun así, y a pesar de los minutos extra que se le han añadido a cada episodio para hacerlo más ‘netflix’, se pasa volando. Hay capítulos de esos intensitos de Modern family que se hacen más lentos. Y duran casi la mitad.
No sé si una segunda temporada aguantará el tirón. Pero haber disfrutado de nuevos episodios de Padres Forzosos, como si el último no se hubiera emitido hace 25 años, ha sido, volviendo de nuevo a los noventa, una sorpresa sorpresa. Si hay película de El equipo A y otra de Corrupción en Miami, ¿por qué no resucitar a los Tanner? Urkel, aprende.
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