Para ser alguien que adora los realities y les ha hecho un hueco permanente en su lista de visionado habitual, tengo que hacer una confesión. Confieso que no soy muy de los realities de VH1. Lo que, teniendo en cuenta mi amor por el mamarrachismo y el lado trash de las cosas, puede tener aún más delito. Pero es que sí, tengo aguante para cosas trash, pero también tengo un límite. Y por eso me suele dar mucho miedo empezar cosas de VH1. Aun así, este verano me recomendaron Twinning, me dijeron de qué iba y tuve que echarle un vistazo. Y ahora no puedo más que añadirlo a la lista de cosas que debemos agradecerle eternamente a VH1 (justo al lado de la resurrección de ANTM, es decir, EL reality).
¿Que de qué va Twinning? Pues básicamente el título lo dice todo. Doce pares de gemelos idénticos compiten por ver quiénes tienen más desarrollada su… twintuition (aviso, preparaos para muchos usos creativos de la palabra “twin” de forma más o menos digna de facepalm). ¿Y cómo lo hacen? Inicialmente los separan en dos casas (o, mejor dicho, en dos mitades de un almacén gigante), y cada semana compiten en pruebas en las que tienen que colaborar utilizando su twintuition. Los ganadores de cada prueba eligen a los nominados de la semana, que deben enfrentarse en un reto e intentar contestar al mayor número de preguntas de la misma manera que su gemelo. La pareja de gemelos perdedora en este duelo obviamente demuestra que no vale un duro como pareja de gemelos y queda eliminada automáticamente.
Todo el punto de partida del reality es sencillo hasta decir basta y, sobre el papel, pues también es cierto, funciona. Aun así, la clave de por qué Twinning es uno de los imprescindibles en toda lista de realities trash está en el casting. Un casting en el que, por cierto, las chicas ganan por goleada a los chicos. No se puede hablar de Twinning sin hablar de esas diosas realitieras y personajes maravillosos que son las Maries.
Las Maries son un sketch hecho ser humano, tan pijas y tan tontas que parecen inventadas. Tan maravillosamente poco conscientes de sí mismas que son el mejor regalo que nos ha hecho jamás la televisión. Y tienen unas salidas muy de señora, y unas frases dignas de enmarcar. Vamos, que son lo mejor que le podía haber pasado a mi colección de gifs.
No son las únicas, eso sí. Twinning les debe mucho a las Maries, pero también les debe mucho a las gemelas chungas ucranianas, Kristina y Kamila, y su maravillosa admisión de que están ahí para manipular y pelear. Y nosotros encantados. Igual que estamos encantados por la existencia de Li y Ji, porque a ver si no con quién iban a pelearse Kristina y Kamila.
Realmente, Twinning podría haber existido nada más que con las chicas que había en su casting. Si hubieran estado nada más que ellas, el reality ya habría sido un must. Pero eso no quiere decir que entre los chicos no hubiera también personajes. Nada más hay que ver a Skyler y Spencer, a los que es inevitable referirse como Twiddledee y Twiddledum, por motivos más que obvios.
Este tipo de programas viven o mueren en el casting y lo cierto es que aquí tenemos que aplaudir un trabajo muy bien hecho. De la manera más mamarracha posible, pero muy bien hecho. No solo los personajes individuales funcionaban, que por supuesto. Es decir, cualquiera de las parejas de gemelos que he mencionado en las líneas anteriores se merecería protagonizar su propio reality de VH1. Pero es que además al juntarlos a todos se volvía todo incluso mejor. Es un casting que funciona mejor en conjunto que por separado, y cuando ya por separado es un bombazo, el producto final es de pasar a la historia mamarracha.
Teniendo en cuenta todo esto, y habiendo visto todo el mamarrachismo de las pruebas y, sobre todo, de muchas de las respuestas, no podemos más que alabar a Angie Greenup, la presentadora de Twinning. Porque tiene mucho mérito el aguante y la capacidad que tiene para no soltar una carcajada en los momentos más inoportunos.
Las pruebas, más bien tirando a cutres, eran exactamente lo que necesitaba el programa. Todo cosas que puede uno montarse en el sótano de su casa, o versiones chungas de juegos de colegio. La mejor prueba, de todos modos, fue una que estoy segura que provocó que Ryan Murphy todavía esté dándose golpes contra la pared porque a él no se le ocurrió utilizarla en The Glee Project. Es decir, imaginaos la situación. Cada gemelo a un lado de un muro. Cada gemelo haciendo equilibrios en una barra horizontal que tiene que cruzar (sin caer al suelo) para llevar pelotas al otro extremo. Cada gemelo con un collar que le suelta un calambrazo cada vez que el otro gemelo toca el suelo por alguna razón. Maravilloso, simplemente maravilloso.
Lo fundamental para entender lo que hace que Twinning sea tan grande, de todos modos, es que el presupuesto en alcohol debía doblar al del premio. Por lo menos. Y eso llevó a trescientas peleas, mamarrachadas varias y todo tipo de locuras que podáis imaginaros. Al contrario que los señores de Big Brother, que han decidido que el alcohol es malo y debe ser desterrado de la televisión, en Twinning entienden que el alcohol es el mejor amigo de los realities mamarrachos. No solo para los que los vemos, no, también (por supuesto) para los participantes. Si el casting en sí ya tenía una volatilidad infinita, alimentar las llamas con alcohol tenía todas las semanas unos efectos tremendamente explosivos. Y por eso solo podemos dar las gracias. Una y otra vez. Si ya el nivel neuronal de sus participantes (con alguna que otra excepción. No todos eran más tontos que un zapato, aunque sí la amplia mayoría) era más bien escasito, el regarlos a todos bien en alcohol era lo mejor que nos podía haber pasado jamás.
Twinning no pasará a la historia como entretenimiento cultural para mentes despiertas, pero fue el descubrimiento realitiero de este último verano. No sabemos si volverá o si será una maravilla de una única temporada. Pero sea como sea, gracias por existir.
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