Voy a hacer una pequeña confesión: hasta esta temporada, nunca había visto Project Greenlight. El docu-reality, que sigue el proceso de creación de una película a partir de un guión dado, y que tiene entre sus caras más visibles a Matt Damon y Ben Affleck, sí que me parecía una idea interesante, pero por una razón o por otra, hasta esta temporada no le había dado una oportunidad. Pero justamente con su regreso a HBO para una temporada de ocho episodios este pasado septiembre decidí que era un momento tan bueno como otro cualquiera para echarle un vistazo.
Y, en general, me quedo con que sí, creo que ha merecido la pena. Porque lo cierto es que esta temporada de Project Greenlight ha sido entretenida, igual no de la manera que buscaban, o igual sí, pero desde luego de una forma muy efectiva. Los dos personajes centrales de esta temporada han dado bastante juego desde el principio, y caigan mejor o peor, es cierto que han sido capaces de funcionar dentro de los dramas y las dinámicas del programa. Ver a Jason, el director, ser absolutamente inflexible en todo y ser capaz de haber vivido en el mundo durante años sin haber tenido que aprender cómo funciona eso de tener que hacer las cosas basándote en un presupuesto ha sido absolutamente fascinante. A veces frustrante teniendo en cuenta que por ahora atravesar una pantalla y arrear collejas a gente como él al otro lado sigue siendo imposible. Pero fascinante igualmente.
Claro que la reina de esta temporada ha sido Effie Brown, la única con la que, vista toda la temporada, estaría medianamente dispuesta a trabajar. La productora con opiniones propias y unas ideas muy claras que justamente tenía que lidiar episodio sí y episodio también con la cabezonería y la forma de hacer las cosas de Jason. Entre otras cosas. Y digo entre otras cosas porque muchos de los aspectos por los que se ha convertido a Effie en el centro de atención nos dicen muchas cosas acerca de la presencia y la percepción de las mujeres (especialmente de las mujeres de color) en posiciones de relativo poder (aunque en este caso fuera en una responsabilidad intermedia).
Desde el (white) manspaining de Matt Damon hacia ella al principio de la temporada, a las reacciones de un público que a menudo la veía como exagerada en sus intentos por mejorar la representación racial y de las mujeres que hacía la película que estaban intentando grabar, todo dice mucho acerca de las ideas que siguen existiendo sobre estos temas, y sobre las personas como ella. Especialmente esto último, esta crítica a su cruzada constante en estos temas de representación, dado que, como productora, es justamente parte de su trabajo.
No es, por supuesto, lo único que nos ha enseñado Project Greenlight. Porque está claro que se trata, ante todo, de un programa de televisión creado como tal, y todo el proceso de producción de la película hay que verlo, realmente, desde lo que es. Aun con su parte de realidad. Pero eso es lo de menos, porque el programa sí que nos ha mostrado una realidad muy curiosa de todo el mundillo de Hollywood, de una forma absolutamente fascinante. Nos ha enseñado todo el baile imposible en el que entran absolutamente todos simplemente para evitar conflictos directos. Porque los conflictos existen, y esta temporada ha sido una muestra constante de ello, pero la pasivo-agresividad es la norma general en estos, y todos ellos van creciendo hasta disiparse de una manera un tanto anticlimática, pero todavía más interesante.
Con todo esto, y con unos episodios de media hora que se han hecho bastante amenos, de verdad que esta temporada de Project Greenlight ha merecido la pena. Y nos ha dado una visión propia y, sobre todo, un entretenimiento más que decente.
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