A estas horas, ya se sabe lo que ha pasado en Anatomía de Grey. El capítulo ha sido diseccionado como si estuviera en una mesa quirúrgica y Meredith hubiera pedido la cuchilla del diez, signifique lo que signifique, para hacer la incisión. Hay algo más doloroso para un aficionado a una serie que sufrir un episodio como el de esta semana: sufrirlo sabiendo lo que va a pasar. Spoileadores anónimos: sois peor que Shonda Rhimes, la creadora de la serie. Y eso es misión (casi) imposible.

Shonda Rimes, mientras escribía este capítulo

Shonda Rimes, mientras escribía este capítulo

Pero la culpa es nuestra. Sí, sí. No miremos a otro lado. Llevamos 2.368 episodios acostumbrados a accidentes de avión, terremotos, inundaciones, electroPutaciones (licencia literaria inspirada por Grey)… Y ahora no nos podemos quejar. Vale que a Shonda le va el sado sentimental. Y ha tenido tiempo para demostrarlo. Pero nosotros, los fieles, le hemos seguido el juego. Así que, hoy, no valen lamentaciones: esto es el resultado de una mente muy retorcida y maligna. Y de los que nos hemos acostumbrado a ella. Y la hemos jaleado.

Si hemos de ser sinceros, esta temporada había sido un poco La tribu de los Brady. Con intestinos que se salen y poniendo suturas, pero todo un tanto naíf. Los médicos del Seattle Grace Mercy West Grey Sloan, o como se llame ahora mismo, parecían estar viviendo en La casa de la pradera, en vez de en un hospital que ha tenido más bajas que Santa Bárbara. Con contadas excepciones, la undécima temporada ha tenido mucha menos carga dramática y, sobre todo, no ha habido una línea clara: no hemos visto por dónde iban los tiros -y eso que tiros ha habido otros años unos cuantos- en ningún momento.

Cuéntame un cuento y verás qué contento

Cuéntame un cuento y verás qué contento

Puede que la serie necesitara el enésimo revulsivo. Y que haya saltado el tiburón más veces que Perdidos y Expediente X JUNTAS. Pero a ESTO que ha ocurrido en el capítulo 21 de la temporada 11 NO HAY DERECHO. A lo que ha pasado y, sobre todo, a cómo ha pasado. Porque resulta muchísimo más duro el thriller, la tensión psicológica, que la peli de terror sangrienta. Y deberíamos demandar por daños morales. Aunque, seguramente, nos condenarían a todos por (tener algún disco de) cómplices. Solo nos queda el derecho al pataleo. Y tener a punto el agua caliente para poder hacernos una tila. Alaska cantaba hace años que tenía el cuerpo desencajado. A mí este capítulo me ha dejado mi anatomía -y mi psicología- muy grey.