Hay muchos adjetivos que sirven perfectamente para describir American Crime, pero ninguno de ellos es “alegre”, o “fácil”. Tampoco “convencional”, no realmente. American Crime es una serie tipo antología que empezó hace unas semanas en la ABC, y que ha cerrado una temporada perfecta esta pasada semana. Una temporada perfecta y redonda que no se siente para nada en el estilo habitual de la ABC, sin que esto diga nada negativo ni de la cadena ni de la serie en sí.

Como a pesar de lo estupenda que ha sido, se ha hablado bastante poco de American Crime, algunos probablemente aún os estéis preguntando qué es exactamente esta serie, o evento, o más bien antología. Pues bien, American Crime comienza, como su propio título indica, con un crimen. Comienza con Russ recibiendo la llamada informándole de que alguien ha matado a su hijo, dejando en el hospital a su nuera. A partir de ahí, la serie simplemente nos muestra los efectos de este crimen en distintos personajes, relacionados directa o indirectamente con las víctimas.

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Y de este modo, mostrándonos a todos estos personajes de una forma tan directa y tan cruda, American Crime se convierte en una joyita, pero en una joyita que no siempre es fácil de ver. De hecho, si hay alguna manera de describirla que parezca tremendamente adecuada, esta sería como el dementor de las series. Cada episodio hace que te inunde una sensación de impotencia, de tristeza, de injusticia. Y se convierte en una experiencia un tanto demoledora, pero de una manera absolutamente maravillosa.

Como la serie en sí y todo lo que nos cuenta, sus personajes no son siempre agradables, pero eso no significa que no aprendamos de algún modo a ver el mundo desde sus ojos, a entender su punto de vista. El racismo del personaje de Felicity Huffman hace que sea un personaje que provoca fácilmente nuestro rechazo, pero al mismo tiempo la entendemos. Podemos entender por qué es así, por qué piensa y siente como lo hace.

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Y esa sensación de entender, esa facilidad de ponernos en el lugar de todos estos personajes y sentir lo que sienten con ellos es lo que hace que American Crime sea tan especial, que nos atrape de una forma tan única como lo hace.
Es también parte de lo que consigue que una historia y una relación que inicialmente parecía probablemente de lo menos interesante, como es la historia de Carter y Aubry, acabe convirtiéndose en algo absolutamente hipnótico, transformando a Aubry de algún modo en el personaje más interesante y más complejo y lleno de matices de una serie repleta de personajes interesantes, complejos y llenos de matices.

A pesar de todo esto, o precisamente por ello, American Crime no es una serie fácil de ver. No es una serie sencilla. No es una serie simple. Y su final tampoco lo es. No es un final en el que ganen los buenos y pierdan los malos. Porque no hay buenos y no hay malos. No es un final donde las consecuencias son justas para todos, porque, ¿qué es y qué no es justo? Y porque, al fin y al cabo, no es ni más ni menos que tan justa o injusta como la propia vida. Tan sencillo o complejo como la realidad misma.

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No hay nada sencillo acerca de American Crime, y al mismo tiempo es una serie que respira la sencillez de aquello que resulta reconocible, real, natural. Es una serie que muestra el lado más feo de todo, y que lo hace de una manera absolutamente preciosa. Es una serie que nos deja absolutamente hundidos, pero que al mismo tiempo nos regala pequeñas dosis de esperanza. Es, a su manera, una serie perfectamente imperfecta.