Hace unas semanas acabó Lost Girl, y la verdad es que no he conseguido escribir nada hasta ahora sobre ella porque no tenía claro si me había gustado o no. Venga, no, el final no me convenció, con esa especie de vuelta ridícula al principio muy particular. Pero, al mismo tiempo, Lost Girl nos ha dado tantísimo, que siento que no podía no despedirme de ella. No podía quedarme con el recuerdo del final, porque Lost Girl es mucho más.

Cuando empecé la serie, lo hice casi de milagro. Me pilló en una época donde mi apreciación por las mamarrachadas no había alcanzado el maravilloso nivel que tiene ahora. Lo sé, aún no era gente de bien. Y claro, la serie es lo que es, una serie que solo se aprecia adecuadamente cuando se abraza todo su lado más mamarracho. Aun así, con el paso del tiempo abracé mi lado mamarracho y decidí darle una oportunidad, y seguí con el segundo episodio, y con el tercero, y el cuarto y así hasta que acabé la primera temporada en modo maratón.


Y así es como pasé a abrazar el maravilloso mundo fae a través de Bo, esa súcubo que no quería decidir entre el bando de la luz y de la oscuridad. Con casos semanales con un toque un tanto absurdo, y a veces, es cierto, unos arcos generales que se les iban mucho de las manos cuando les daba por ponerse un poco serios y creerse demasiado su propia mitología, aprendí a quererlos. Y poco a poco, lo confieso, la serie acabó convirtiéndose en una de mis citas favoritas cada semana.

Sobre todo, más que de cada caso, o de cada trama muchas veces absolutamente incomprensible (no, en serio, que alguien me explique el tema Garuda. O qué leches se suponía que era el argumento de todo el tramo final de la serie), mi entusiasmo por Lost Girl venía de ese grupito tan entrañable y a veces divertido que se habían formado. Porque ese pequeño universo y esa familia funcionalmente disfuncional que habían creado, era, junto a los escotes de Bo, que podrían considerarse casi personaje aparte, uno de los grandes puntos fuertes de la serie.


Otro de ellos siendo, por supuesto, era lo fácil que nos lo ponía a los shippers para entusiasmarnos con la serie, vivirla mucho y verla un poco a nuestra manera. Por ejemplo, confieso que nunca he sido muy shipper de Bo y Lauren, a pesar de gustarme ambas dos de forma independiente, y a pesar de, por supuesto, ser lo más absolutamente anti-shipper de Dyson y Bo. Es por eso que nunca llegué a entrar en esa relación y en todos los dramas que venían con ella, como mucha otra gente. Y aun así, Lost Girl siempre se las apañó para, a pesar de no shippearlas del todo, conseguir que me interesara mínimamente en ellas como pareja.

Claro que también me dio otras opciones, porque Lost Girl era una serie para shippers ante todo. Soy y seré siempre una shipper tremenda de Valkubus, porque Tamsin es mucha Tamsin, y todo el mundo sabe que Bo y Tamsin tenían más química que nadie. Y en este último tramo de la serie, Lost Girl consiguió que fuera casi imposible no shippear a Vex y Mark, apañándoselas mágicamente que la introducción de Mark, el hijo bobito de Dyson que tiene más de perro pachón que de lobo, tuviera no solo sentido, sino que además no fuera algo que criticar de forma constante.


Y seamos sinceros, no son solo ships lo que tendríamos que agradecer a Lost Girl. Porque esta serie es la que nos ha regalado a Kenzi, ese amor hecho personaje, esa reina de los one-liners, de las actitudes y los estilismos. Kenzi, que nos hizo enamorarnos aún más de Ksenia Solo. Y cuya amistad con Bo siempre fue lo mejor de la serie, lo que de verdad hacía que volviéramos.

Es en parte por eso que esta temporada final se ha quedado un poco coja. Una temporada final en la que Kenzi tuvo un papel muy secundario, y donde una trama incomprensible tomó un protagonismo exagerado, no era la mejor manera de despedirse (aunque, eso sí, quizá era la forma más Lost Girl de despedirse). Aun así, lo intentaron, y toca agradecerles el esfuerzo. Nos dieron a toda la Kenzi que pudieron, contaron con todos nosotros los shippers y recordaron, más que nunca, que Lost Girl era toda esa maravillosamente funcional familia disfuncional, donde todos y cada uno de ellos tenían un papel.


Y aunque esta temporada final, y más aún este final, probablemente no ha sido todo lo que la serie se merecía, nos ha regalado sus momentos. Y no se ha olvidado de que, al fin y al cabo, Lost Girl es una serie con la que nos hemos reído mucho, con la que a veces incluso hemos llorado. Una serie que en todo su esplendor mamarracho, sinceramente recordaré con cariño, a pesar de todo. Porque nos ha dado muchas cosas. Así que sí, la echaré de menos, a ella y a los escotes de Bo.