Muchos somos los que en algún momento u otro hemos sido escépticos con Bates Motel. Es cierto que arrancó, en su propio estilo, con algo de fuerza. No todo funcionaba, no todo lo estaba haciendo bien. Pero esa dinámica incestuosa entre Norma y Norman Bates, y ese fondo un tanto mamarracho que aún no acababan de abrazar del todo, prometía. E incluso nos daba momentos estupendos. Aun así, durante la segunda temporada nos pidió mucha paciencia y mucho aguante, y no acabó de quedar claro que mereciera de verdad la pena.
De hecho, lo confieso, la temporada pasada me planteé seriamente bajarme del carro de Bates Motel. La perturbadoramente entretenida dinámica incestuosa entre Norma y Norman no era suficiente para hacerme sufrir el aburrimiento de toda la trama de la marihuana del pueblo. Y ver al pobre Dylan en el centro de semejante agujero negro de trama hacía que me dieran ganas de llorar. Alguien tan bonito y tan entrañable no podía depender completamente de una trama tan mortalmente aburrida.
Pero tuve paciencia. Tuve paciencia infinita. Y menos mal que decidí aguantar con ella. Menos mal. Porque cualquiera de los que la está siguiendo estará de acuerdo conmigo en que esta temporada todo mi esfuerzo se está viendo recompensado con creces. Y de qué manera.
Por fin, después de dos temporadas completas, la serie ha abrazado su lado mamarracho de una manera que nunca antes lo había hecho del todo. Ha abrazado la cómica corrupción del pueblo y la particular forma de maravillosa y práctica locura de Norma Bates. Ha abrazado los extremos de todo lo que forma la serie, y como es una serie que vive de esos extremos, ha conseguido que así podamos disfrutar de todos y cada uno de los minutos de cada episodio.
Ahora ya no tiene el más mínimo problema en llevar a Norma a unos extremos maravillosamente suyos. Tan suyos como atacar a la gente inútil e impertinente a bolsazos, o sentir la necesidad de pegarle un tiro al móvil cuando no le apetece hablar con nadie. Y no tiene ningún problema en hacernos esos pequeños guiños que apreciaremos eternamente, como ese maravilloso momento en que descubrimos que la contraseña del WiFi del motel era “MOTHER”, con mayúsculas.
Que haya abrazado por fin el camp y su lado más maravillosamente extremo no quiere decir que no nos esté dando mucho a lo que agarrarnos en el terreno más propiamente emocional. Estamos viviendo la desesperación de Norma con el “pequeño problema” de su hijo, estamos viviendo con Norma enfrentándose y aceptando la idea de que su hermano puede volver a formar parte de su vida. Y estamos sufriendo con todo ello, por supuesto. Porque a Norma hay que quererla por encima de todas las cosas.
Y estamos sintiendo la imperiosa necesidad de abrazar a Dylan hasta el infinito. Es imposible no morir de amor cada vez que sustituye su constante tristeza causada por toda su colección de mommy y daddy issues (recordemos que, hasta donde él sabe, es fruto de la violación de Norma por parte de su hermano, y que Norma no tuvo ningún problema en abandonarlo a su suerte porque, al fin y al cabo, Dylan es para ella un trauma que habla). Dylan quiere una familia y nosotros queremos una familia para él, porque una sonrisa de felicidad en su carita de perro apaleado es suficiente para derretir todo el hielo del mundo.
Pero es que también de un modo similar hasta queremos abrazar a Caleb y no soltarlo. Caleb, el hermano de Norma, ese personaje al que probablemente en cualquier otra circunstancia deberíamos odiar. Pero no, aquí solo queremos abrazarlo y conseguir que el pobre sea feliz. Y por eso todos sus torpes pasitos intentando desesperadamente conseguir el perdón de su hermana nos están dando la vida.
Todo esto, por supuesto, depende mucho de algo por lo que no siempre se le reconoce el mérito a Bates Motel, algo que es muy injusto. Porque si algo hay que tenga esta serie, es un cast estupendo, que sabe perfectamente cuál es su papel y sabe aprovechar al máximo todas sus habilidades. Un cast que entiende perfectamente a sus personajes y que se nota que disfruta mucho con ellos.
Sobra decir que a Vera Farmiga se nota que se lo está pasando en grande con el personaje, y que si querían que Dylan fuera abrazable, Max Thieriot no podría haber sido mayor acierto. Claro que aquí es donde entramos con Kenny Johnson y nos damos cuenta de que no solo está haciendo tremendamente fácil que empaticemos y queramos abrazar infinitamente a un personaje al que en principio no debería resultarnos tan abrazable, sino que además resulta tremendamente creíble como el padre de Dylan. Porque su personaje trae de serie un aire de pobre perro apaleado que va perfectamente de la mano con el aire de pobre perro apaleado de Dylan.
Y, por supuesto, ahí está Freddie Highmore, que nunca dejará de ser esa pequeña joyita de la serie. Con un Norman que cada vez va dando más y más miedo, más y más alejado de la realidad que lo rodea, de una forma maravillosamente perturbadora. Está consiguiendo llevar el elemento creepy al extremo, dándonos de paso momentos tan absolutamente geniales y míticos como Norman en la cocina creyendo ser Norma, e imitando a la perfección todos sus gestos y dejes.
Puede que Bates Motel no sea esa serie que todo el mundo quiere tener en cuenta y tomarse en serio, pero así discretamente, ha conseguido que su tercera temporada se haya convertido en una de las que es más fácil esperar impaciente cada la semana. Son cuarenta minutos que se pasan volando y que, sobre todo, te dejan con ganas de más. Cuarenta minutos en los que shippeas a Dylan y Emma aun sabiendo que van a acabar mal, en los que lo vives todo por la cena familiar más perturbadora y entrañablemente incestuosa jamás creada, y en los que deseas que todos sean felices a su perturbadora manera, a pesar de saber que todos van a acabar muy mal. Bates Motel es entretenimiento puro, pero un entretenimiento puro que ha sabido crear su propio universo, su propio pequeño microcosmos. Y eso la convierte en un entretenimiento muy especial. Y en una serie que todos deberíamos estar viendo.
Puedes ser el primero en comentar :)