Voy a hacer una pequeña confesión: desde hace un tiempo, ando algo desencantada con Survivor. A ver, tampoco nos preocupemos por mi salud realitiera excesivamente todavía, no digo que haya pasado a odiarlo, o incluso que haya dejado de ser uno de mis realities favoritos (no, en serio, lo sigue siendo. Y si no lo veis, deberíais empezar. Y si no sabéis cómo hacer frente a tantas temporadas, aquí tenéis una guía bien maja). No, simplemente ando un poco más desganada que de costumbre. Y aunque sigue estando bien, no me entusiasma tanto como antes. E igual es simplemente percepción mía, pero hay algo en la última época de Survivor que hace que el programa lo note un poco forzado. O igual no es solo percepción mía, y al final resulta que temas metidos con calzador, twists no excesivamente acertados y jugadores que van con una guía de cosas que hacer y no hacer acaban pasando factura.
Aun así, hace unas semanas me pasó una cosa: me enteré de que iban a estrenar una tercera temporada de la versión aussie del programa (nota aparte: no he visto las dos temporadas anteriores y no puedo decir en qué medida son o no similares), y decidí que iba a arriesgarme. Si mi descontento no era solo cosa mía, igual la versión australiana de Survivor servía para que me reconciliara con el programa. En realidad no sabía muy bien qué esperar de esta versión, y supongo que eso al final acabó jugando a su favor. Porque por una vez iba con cero expectativas, y ganas simplemente de echarle un vistazo a lo que fuera que nos presentaran.
Ahora, después de unos cuantos episodios y una idea más o menos clara de lo que estoy viendo, la verdad es que la única gran pega que le puedo poner a la versión australiana es la duración, y aun así es una pega matizable. Porque sí, es verdad que una temporada de Survivor de veintitantos episodios, con veintitantos concursantes y que dura cincuenta y tantos días (a diferencia de los treinta y nueve de la versión USA), puede ser de entrada una señal de alarma. Y también es verdad que tres episodios a la semana (emitidos el domingo, el lunes y el martes) pueden acabar siendo demasiados, más aún cuando la duración de cada episodio también es superior a la de los episodios de la versión USA (algunos duran una hora entera, otros llegan a la hora y cuarto de duración).
Pues sí, el tema de la duración es una pega, pero ya digo que es una pega matizable. Porque contra todo pronóstico, la duración de los episodios no me está pareciendo tan difícil de llevar. Y lo digo siendo alguien tremendamente intransigente con los episodios que se pasan de largos. Los episodios no se hacen largos, y, de hecho, la mayor duración sirve para explorar aspectos que la versión USA ha ido dejando de lado con el paso de las temporadas y que la que aquí escribe empezaba a echar de menos. Por ejemplo, vemos mucho más de la dinámica de las tribus. Y, aunque todavía queden concursantes que no conocemos, la verdad es que consiguen que tengamos una idea de quién es quién y de cómo y por qué funciona cada tribu.
Los concursantes también son diferentes, o con una mentalidad diferente. Y es que mezclan dos cosas. Por un lado, tenemos el que la mayoría son superfans de la versión USA, conocen el programa y sus dinámicas a la perfección. Y tienen ganas de jugar, a veces quizá demasiadas. Y mucha ilusión. Y al mismo tiempo lo juntan con un poco de ese querer hacer un trabajo en equipo, y de integridad que se daba en las primeras temporadas de la versión americana. Y aunque esta última no es ni de lejos mi parte favorita ni mi tipo de concursantes favoritos, al juntar ambos aspectos, el resultado es bastante decente. Y crea a unos personajes medianamente interesantes. Un cast que da juego, que lo mismo intenta jugar, que tiene meltdowns varios. Y nos da drama, que se mezcla con el drama del día a día en la vida de la tribu. Una tribu que, como ya he comentado, conocemos, porque hemos pasado suficiente tiempo con ellos como para entender su dinámica.
Luego, por supuesto, está el tema de que el presentador es Jonathan LaPaglia, con el que igual alguno os habéis cruzado en algunas series, y que en unos cuantos episodios me ha ganado por completo. Si bien claramente sigue al pie de la letra la forma de hacer las cosas de Probst, tiene un estilo que también es en cierto modo suyo. Y para qué negarlo, su intensidad y su ponerse poético en la narración de las pruebas resulta tremendamente entrañable. Y está tremendo, eso también. Y, qué leches, no es Probst, que ya con eso nos debería tener a todos ganados.
El último punto a favor de la versión aussie es que, si bien el formato es clavado al americano, tienen sus propias ideas. Y, de hecho, un twist que se marcaron en el quinto episodio es algo que, por un lado, probablemente acabó con Probst pegando gritos en la sala de guionistas sobre por qué no se les había ocurrido a ellos antes. Y, segundo, nos dio el mejor tramo final de un episodio que he visto en mucho tiempo. Y es que han pillado a la perfección qué es lo que hace que un twist funcione. Y que no es necesario complicarse mucho la vida para que sea tremendamente efectivo y nos dé las mayores posibilidades de drama.
Por eso, yo, que había acabado un poco sin gran entusiasmo por Survivor, aunque siga estando entre mis programas favoritos, me estoy volviendo a enamorar. Y tengo que agradecérselo a esta versión aussie.
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